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Venite adoremus!

¡Venid, vamos a adorar! Al entrar en el estadio de fútbol de una ciudad inglesa, los aficionados son recibidos por una gran escultura de dos soldados, cada uno con uniforme distinto, que estrechan sus manos por encima de un balón. La escena representa un evento ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, conocido como «La tregua de Navidad». Se cuenta que, en la Nochebuena de 1914, se produjo un alto al fuego espontáneo en las trincheras que separaban a los dos ejércitos. Un bando hizo señales al otro, invitándolo a vivir una noche de paz, precisamente en aquella fecha que conmemoraba el nacimiento de Jesús. La iniciativa fue bien recibida: se reunieron militares de ambos lados, intercambiaron sencillos regalos, cantaron villancicos, se tomaron alguna foto de grupo e incluso jugaron un partido de fútbol. Uno de los villancicos que todos recuerdan haber escuchado o entonado aquella noche es el célebre Adeste fideles, composición del siglo XVIII, al parecer de un músico inglés. El hecho de que el canto original fuera en latín facilitó que pudieran entonarlo personas que no compartían idioma, acompañados por algunas gaitas. Este villancico, ahora conocido en todo el mundo, invita a quienes cantan y escuchan a unirse al grupo que acude a Belén —pastores, ángeles, magos— para adorar a Jesús recién nacido. «Navidad. Cantan: venite, venite…Vayamos, que Él ya ha nacido. Y, después de contemplar cómo María y José cuidan del Niño, me atrevo a sugerirte: mírale de nuevo, mírale sin descanso».

Solemnidad del Corpus Christi

RESUMEN DE HOMILÍA DE BENEDICTO XVI La Solemnidad del Corpus Christi es inseparable del Jueves Santo, de la misa in Caena Domini, en la que se celebra solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se entrega a nosotros en el pan partido y en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Christi, este mismo misterio se presenta para la adoración y la meditación del pueblo de Dios. El Santísimo Sacramento se lleva en procesión por las calles de la ciudad y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el reino de los cielos. Lo que Jesús nos dio en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no es sólo para algunos, sino que está destinado a todos. El hecho de que el Sacramento del altar haya asumido el nombre de «Eucaristía» —«acción de gracias»— expresa precisamente esto: que la conversión de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo es fruto de la entrega que Cristo hizo de sí mismo, donación de un Amor más fuerte que la muerte, Amor divino que lo hizo resucitar de entre los muertos. Esta es la razón por la que la Eucaristía es alimento de vida eterna, Pan de vida. Del corazón de Cristo, de su «oración eucarística» en la víspera de la pasión, brota el dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmica, humana e histórica. Todo viene de Dios, de la omnipotencia de su Amor uno y trino, encarnada en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esta razón él sabe dar gracias y alabar a Dios incluso ante la traición y la violencia, y de esta forma cambia las cosas, las personas y el mundo. Esta transformación es posible gracias a una comunión más fuerte que la división: la comunión de Dios mismo. La palabra «comunión», que usamos también para designar la Eucaristía, resume en sí misma la dimensión vertical y la dimensión horizontal del don de Cristo. Es bella y muy elocuente la expresión «recibir la comunión» referida al acto de comer el Pan eucarístico: «El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10, 16-17). Volvamos ahora al gesto de Jesús en la Última Cena. ¿Qué sucedió en ese momento? Cuando él dijo: Este es mi cuerpo entregado por vosotros; esta es mi sangre derramada por vosotros y por muchos, ¿qué fue lo que sucedió? Con ese gesto, Jesús anticipa el acontecimiento del Calvario. Él acepta toda la Pasión por amor, con su sufrimiento y su violencia, hasta la muerte en cruz. Aceptando la muerte de esta forma la transforma en un acto de donación. Esta es la transformación que necesita el mundo, porque lo redime desde dentro, lo abre a las dimensiones del reino de los cielos. Pero Dios quiere realizar esta renovación del mundo a través del mismo camino que siguió Cristo, más aún, el camino que es él mismo. No hay nada de mágico en el cristianismo. No hay atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente del grano de trigo que muere para dar vida, la lógica de la fe que mueve montañas con la fuerza apacible de Dios. Por esto Dios quiere seguir renovando a la humanidad, la historia y el cosmos a través de esta cadena de transformaciones, de la cual la Eucaristía es el sacramento. Mediante el pan y el vino consagrados, en los que está realmente presente su Cuerpo y su Sangre, Cristo nos transforma, asimilándonos a él: nos implica en su obra de redención, haciéndonos capaces, por la gracia del Espíritu Santo, de vivir según su misma lógica de entrega, como granos de trigo unidos a él y en él. Así se siembran y van madurando en los surcos de la historia la unidad y la paz, que son el fin al que tendemos, según el designio de Dios. Caminamos por los senderos del mundo sin espejismos, sin utopías ideológicas, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación. Con la humildad de sabernos simples granos de trigo, tenemos la firma certeza de que el amor de Dios, encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y que la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres cielos nuevos y una tierra nueva, donde reinan la paz y la justicia; y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra patria verdadera. También esta tarde, mientras se pone el sol sobre nuestra querida ciudad de Roma, nosotros nos ponemos en camino: con nosotros está Jesús Eucaristía, el Resucitado, que dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 21). ¡Gracias, Señor Jesús! Gracias por tu fidelidad, que sostiene nuestra esperanza. Quédate con nosotros, porque ya es de noche. «Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, piedad de nosotros: aliméntanos, defiéndenos, llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos». Amén.

La Virgen del Valle

El pasado sábado día 13 de mayo tuvo lugar una excursión parroquial a Toledo, visitando la ciudad y teniendo la Santa Misa en la ermita de la Virgen del Valle. Aquí los versos y después algunas imágenes: «[…] .Aunque pequeña me vessoy muy grande como ermita,pues la reina que me habitatiene Toledo a sus piesy otorga al que solicita,aquello que necesita,si no la olvida después”.[…]»

La Anunciación

Este sábado, día 25 de marzo, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación y la Encarnación del Hijo de Dios.Recogemos aquí un fragmento de El Arpa de María, escrito en Etiopía, en el siglo XV, por Jorge Armenio a petición del rey Zara Jacob. «Bienaventurado aquel que al alba se levanta hacia tiy llama a la puerta de tu palacio. Bienaventurado aquel sobre quien permanece el poder de tu amory dice siempre alabanzas de tu gloria. Bienaventurado quien no aleja nunca de su bocala mención de tu nombre ni distrae la lenguade celebrar tu majestad». Tomado de «La Madre de Dios», de T. Spidlik.

La historia del Belén

Ya está preparado el Belén de la Parroquia. La Navidad está muy próxima. A continuación se cuenta cómo nace esta costumbre tan entrañable. A partir del siglo VIII será cuando el nacimiento y la resurrección de Jesús se empezarán a representar en escenas costumbristas que tenían lugar en las plazas públicas de la ciudad. En 1233, san Francisco de Asís llegó, junto con su hermano León, a la población de Greccio, en la región italiana del Lazio. Para intentar evangelizar a la población de la región, mayoritariamente analfabeta, Francisco pidió una dispensa al papa Honorio III para crear el primer belén en una cueva muy cerca de la ermita de la localidad. Con la ayuda de Giovanni Velita, un señor feudal, que le proporcionó el pesebre, la paja y los animales, el futuro santo (aunque algunos historiadores afirman, sin embargo, que quien realmente ofició la misa aquella noche fue san Antonio de Padua) convocó a los habitantes del pueblo al toque de la campana de la iglesia. De la representación teatral y con personas reales se pasó muy pronto la realización de las figuras con diferentes materiales. En poco tiempo la tradición empezó a popularizarse, y en las ciudades italianas, durante los siglos XIV y XV, las iglesias se decoraban con belenes durante las celebraciones navideñas. Al parecer, la primera forma moderna de belén se debe a san Cayetano de Thiene, que en 1534 ideó un pesebre con figuras de madera pintadas que iban cubiertas con ropajes de la época y cuya cabeza estaba hecha de terracota, cartón piedra o madera. Fuente: Historia NG

Antífonas de la «O»

Ayer sábado, día 17, y cumpleaños del Papa Francisco, dieron comienzo en la liturgia las Ferias Mayores de Adviento, como preparación inmediata al nacimiento de Jesús en Belén. Con el oficio de vísperas, la Iglesia canta las que se conocen como antífonas mayores o también como antífonas de la «O» porque todas empiezan en latín con la exclamación «O» (en castellano «Oh»). Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más. Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles. Fuente: mercaba.org

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