Textos y documentos

Dilexit nos

El pasado jueves día 24 de octubre el Papa Francisco ha publicado la que es la cuarta encíclica de su pontificado, «Dilexit nos», dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. El Papa Francisco invita a renovar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, recordando el amor de Cristo como esencial para la vida cristiana. Con motivo de los 350 años de las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque, el Papa profundiza en la relación personal con Dios frente a una religiosidad superficial y un consumismo insaciable que afecta al corazón humano. El texto explora cómo, a través del amor de Cristo, las personas pueden fortalecer lazos fraternos y cuidar de la «casa común». En el primer capítulo, critica el materialismo que ha marginado la espiritualidad, mientras que el segundo capítulo examina las enseñanzas de Cristo, llenas de compasión. El tercer capítulo revisa la historia de esta devoción, resaltando su componente humano y divino. La encíclica cita muchos santos que han compartido los frutos espirituales de la devoción al Corazón de Jesús. Además de la citada santa Margarita María Alacoque, por el texto desfilan también Teresa de Lisieux, Ignacio de Loyola, Faustina Kowalska, Claudio de la Colombiere, Francisco de Sales, John Henry Newman, Carlos de Foucauld, Pablo VI y Juan Pablo II. Además, subraya la importancia de la Compañía de Jesús en la expansión de esta devoción. El Papa Francisco propone esta devoción como una síntesis del Evangelio, donde el amor profundo al Corazón de Cristo guía la vida cristiana y la misión de la Iglesia. Puede descargarse para Android y para iOS

La virtud de la templanza.

AUDIENCIA DEL MIÉRCOLES 17 DE ABRIL. Resumen de esta audiencia, siguiendo con las virtudes cardinales. La templanza, como dice la palabra italiana, es la virtud de la justa medida. En cada situación, se porta con sabiduría, porque las personas que actúan movidas por el ímpetu o la exuberancia son, en última instancia, poco fiables. Las personas sin templanza son siempre poco fiables. En un mundo en el que tanta gente se jacta de decir lo que piensa, la persona templada prefiere, en cambio, pensar lo que dice. ¿Entienden la diferencia? No digo lo que se me ocurre, así sin más; no: pienso lo que tengo que decir. Asimismo, quien practica la templanza no hace promesas vacías, sino que asume compromisos en la medida en que puede cumplirlos. La persona templada sabe pesar y dosificar bien las palabras. Piensa en lo que dice. No permite que un momento de ira arruine relaciones y amistades que luego sólo pueden reconstruirse con gran esfuerzo. Especialmente en la vida familiar, donde las inhibiciones son menores, todos corremos el riesgo de no mantener bajo control las tensiones, las irritaciones, la ira. Hay un momento para hablar y otro para callar, pero ambos requieren la justa medida. Y esto se aplica a muchas cosas, como por ejemplo el estar con otros y el estar solos. Aunque la persona templada sabe controlar su irascibilidad, esto no significa que se la vea perennemente con un rostro pacífico y sonriente. De hecho, a veces es necesario indignarse, pero siempre de la manera correcta. Estas son las palabras: la justa medida, la manera correcta. Una palabra de reproche a veces es más saludable que un silencio agrio y rencoroso. La persona templada sabe que no hay nada más incómodo que corregir a otro, pero también sabe que es necesario: de lo contrario se estaría dando rienda suelta al mal. En ciertos casos, la persona templada consigue mantener unidos los extremos: afirma principios absolutos, reivindica valores innegociables, pero también sabe comprender a las personas y mostrar empatía por ellas. Muestra empatía. Texto completo.

Dignitas infinita

En el 75 aniversario de laDeclaración Universal de los Derechos humanos. La declaración DIGNITAS INFINITA recién publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe recoge los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, que arraiga en el valor inconmensurable del hombre. Su intención no es elaborar un catálogo de todas las formas en que este se ve herido, sino arrojar luz sobre algunos fenómenos que, por motivos culturales o sociales, pueden pasar desapercibidos, a pesar de contradecir la dignidad humana. El texto responde a la invitación del Papa Francisco, que sugirió en Fratelli tutti prestar atención a las lesiones de la dignidad humana. Pero ¿por qué esa expresión, “dignidad infinita”? A algún comentador le ha parecido exagerada y ha señalado que, desde un prisma teológico, esa es la que pertenece propiamente a Dios. Ahora bien, el empleo del adjetivo no es casual: proviene de san Juan Pablo II, y Francisco lo ha hecho suyo para resaltar la importancia intrínseca del ser humano “más allá de toda circunstancia”, posición o cualidad, y recordar que su dignidad no depende de “la arbitrariedad individual o el reconocimiento social”. Más información: Aceprensa

Redescubrir la confesión

REDESCUBRIR LA CONFESIÓN. Algunas ideas comentadas recientemente por el Papa, sobe el Sacramento de la reconciliación (Fuente: Omnes). “No renunciemos al perdón de Dios, al sacramento de la Reconciliación”. Recurrir a la confesión “no es una práctica de devoción, sino el fundamento de la existencia cristiana”. Tampoco es “poder decir bien nuestros pecados”, sino “reconocernos pecadores” y abandonarnos “en los brazos de Jesús crucificado para ser liberados”: obtener “la resurrección del corazón”. Cristo quiere a sus hijos “libres, ligeros por dentro, felices y en camino” en lugar de “aparcados en los caminos de la vida”. En la vida de fe no hay “jubilación”, sino un continuo dar pasos hacia adelante que deben estar orientados hacia el bien. Pero, “¿cuántas veces nos cansamos de caminar y perdemos el sentido de seguir adelante”? Aquí, entonces, el camino cuaresmal viene al rescate, como una oportunidad para “renovarnos” y volver “a la condición del renacimiento bautismal” gracias al perdón divino. El Papa Francisco vuelve a reiterar que Dios siempre perdona y nunca se cansa de hacerlo; más bien somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón. Enfatiza tres puntos: el arrepentimiento ante Dios —esa conciencia de los propios pecados que impulsa a reflexionar sobre el mal cometido y a convertirse—; la confianza —como reconocimiento de la infinita bondad de Dios y de la necesidad de anteponer en la vida el amor a Él—; y, la intención —la voluntad de no recaer más en el pecado cometido—.

Cuaresma 2024

MENSAJE DE CUARESMA 2024 Publicamos a continuación un resumen del Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma de 2024 cuyo tema es «A través del desierto Dios nos guía a la libertad». El Papa destaca la revelación de Dios como una llamada a la libertad, utilizando el ejemplo del éxodo del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Menciona la importancia de la Cuaresma como un tiempo de gracia para abandonar las ataduras opresoras y experimentar la libertad. Se subraya la necesidad de ver la realidad y escuchar los gritos de los oprimidos en la actualidad. El texto destaca que la libertad no es un camino abstracto, sino concreto, y se insta a romper con el dominio de las opresiones y buscar un mundo nuevo. EL Papa Francisco pone énfasis en la lucha contra los ídolos y en la importancia de detenerse en oración y ante el prójimo herido. Invita a las comunidades cristianas a tomar decisiones comunitarias para cambiar estilos de vida y contribuir a la mejora del entorno. Por último alienta a vivir la Cuaresma con alegría, esperanza y valentía de convertirse y salir de la esclavitud, guiados por la fe y la caridad. TEXTO COMPLETO

Domingo de la Palabra de Dios

EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS, que la Iglesia ha fijado el tercer domingo del tiempo ordinario, se celebrará este año el 21 de enero, bajo el lema «Permaneced en mi Palabra» (cf. Jn 8,31). Esta Jornada fue instituida por el Papa Francisco el 30 de septiembre de 2019, a través de la carta apostólica, en forma de motu proprio, Aperuit illis, con el objetivo de dedicar un domingo del año litúrgico a la Palabra de Dios para darla a conocer al mundo. A continuación se recoge este documento. 1. «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45). Es uno de los últimos gestos realizados por el Señor resucitado, antes de su Ascensión. Se les aparece a los discípulos mientras están reunidos, parte el pan con ellos y abre sus mentes para comprender la Sagrada Escritura. A aquellos hombres asustados y decepcionados les revela el sentido del misterio pascual: que según el plan eterno del Padre, Jesús tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos para conceder la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc 24,26.46-47); y promete el Espíritu Santo que les dará la fuerza para ser testigos de este misterio de salvación (cf. Lc 24,49). La relación entre el Resucitado, la comunidad de creyentes y la Sagrada Escritura es intensamente vital para nuestra identidad. Si el Señor no nos introduce es imposible comprender en profundidad la Sagrada Escritura, pero lo contrario también es cierto: sin la Sagrada Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en el mundo permanecen indescifrables. San Jerónimo escribió con verdad: «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is., Prólogo: PL 24,17). 2. Tras la conclusión del Jubileo extraordinario de la misericordia, pedí que se pensara en «un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios, para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo» (Carta ap. Misericordia et misera, 7). Dedicar concretamente un domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable. En este sentido, me vienen a la memoria las enseñanzas de san Efrén: «¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrar su reflexión» (Comentarios sobre el Diatésaron, 1,18). Por tanto, con esta Carta tengo la intención de responder a las numerosas peticiones que me han llegado del pueblo de Dios, para que en toda la Iglesia se pueda celebrar con un mismo propósito elDomingo de la Palabra de Dios. Ahora se ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana. En las diferentes Iglesias locales hay una gran cantidad de iniciativas que hacen cada vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes, para que se sientan agradecidos por un don tan grande, con el compromiso de vivirlo cada día y la responsabilidad de testimoniarlo con coherencia. El Concilio Ecuménico Vaticano II dio un gran impulso al redescubrimiento de la Palabra de Dios con la Constitución dogmática Dei Verbum. En aquellas páginas, que siempre merecen ser meditadas y vividas, emerge claramente la naturaleza de la Sagrada Escritura, su transmisión de generación en generación (cap. II), su inspiración divina (cap. III) que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento (capítulos IV y V) y su importancia para la vida de la Iglesia (cap. VI). Para aumentar esa enseñanza, Benedicto XVI convocó en el año 2008 una Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre el tema “La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”, publicando a continuación la Exhortación apostólica Verbum Domini, que constituye una enseñanza fundamental para nuestras comunidades[1]. En este Documento en particular se profundiza el carácter performativo de la Palabra de Dios, especialmente cuando su carácter específicamente sacramental emerge en la acción litúrgica[2]. Por tanto, es bueno que nunca falte en la vida de nuestro pueblo esta relación decisiva con la Palabra viva que el Señor nunca se cansa de dirigir a su Esposa, para que pueda crecer en el amor y en el testimonio de fe. 3. Así pues, establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar elDomingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad. Las comunidades encontrarán el modo de vivir este Domingo como un día solemne. En cualquier caso, será importante que en la celebración eucarística se entronice el texto sagrado, a fin de hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios. En este domingo, de manera especial, será útil destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor. En este domingo, los obispos podrán celebrar el rito del Lectorado o confiar un ministerio similar para recordar la importancia de la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia. En efecto, es fundamental

Octavario por la unidad de los cristianos

Del 18 al 25 de enero se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Con el lema «Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo», pasaje bíblico que tomado del Evangelio de Lucas (10,27), la Iglesia se prepara para celebrar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año se desarrollará del 18 al 25 de enero de 2024 en el hemisferio norte y en el hemisferio sur, donde enero es normalmente un período festivo, las iglesias suelen celebrar la Semana de Oración cerca de Pentecostés. Se pueden consultar los textos publicados por el Dicasterio para la Unidad de los Cristianos.

Hemos visto su estrella

Y VENIMOS A ADORARLE «Después de nacer Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: —¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo» (Mt 2,1-2). Los magos se unen a ese venite, adoremus. Han dejado las seguridades de lo conocido para ponerse en búsqueda de la fuente a la que remite su sed de adoración. Adivinaban en sus vidas un centro de gravedad que orientaba sus decisiones, pero no habían conseguido delinearlo con claridad. Ahora, llegando a Belén, sienten en su corazón un latido distinto, que les anuncia que están ya cerca de descubrirlo. Algunos santos han reconocido en esta búsqueda de los magos la experiencia de la vocación cristiana: el reconocimiento de un anhelo que solo puede ser llenado por Dios, el descubrimiento de lo que verdaderamente merece ser adorado. Como ellos, «también nosotros advertimos que, poco a poco, en el alma se encendía un nuevo resplandor: el deseo de ser plenamente cristianos; si me permitís la expresión, la ansiedad de tomarnos a Dios en serio». Benedicto XVI los llamaba «hombres de corazón inquieto». Esa es la característica constante del alma que, en medio de la fragilidad del mundo, busca a Cristo. En sus corazones, como en los nuestros, seguramente vibraba una añoranza similar a la del salmista: «Oh Dios, Tú eres mi Dios, al alba te busco, mi alma tiene sed de Ti, por Ti mi carne desfallece, en tierra desierta y seca, sin agua» (Sal 62,2). Es la situación del peregrino, muy distinta de la del vagabundo, que no sabe qué quiere ni adónde va. El peregrino es un caminante siempre en búsqueda, siempre con la nostalgia de amar más a Dios, desde la mañana hasta la noche. «En el lecho me acuerdo de ti, en las vigilias de la noche medito en ti» (Sal 62,7). Este deseo del verdadero Dios está inscrito en todos los hombres y mujeres de la tierra, cristianos y no cristianos, y es lo que mantiene a unos y a otros en camino. Por eso, cuando en la plegaria eucarística cuarta, el sacerdote pide a Dios Padre que se acuerde de aquellos por quienes se ofrece el sacrificio de Cristo, allí se encuentran «todos aquellos que te buscan con corazón sincero». Los reyes magos, explica Benedicto XVI, «tal vez eran hombres doctos que tenían un gran conocimiento de los astros y probablemente disponían también de una formación filosófica. Pero no solo querían saber muchas cosas. Querían saber sobre todo lo que es esencial. Querían saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Y por esto querían saber si Dios existía, dónde está y cómo es; si él se preocupa de nosotros y cómo podemos encontrarlo. No querían solamente saber: querían reconocer la verdad sobre nosotros, sobre Dios y el mundo. Su peregrinación exterior era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación interior de sus corazones. Eran hombres que buscaban a Dios y, en definitiva, estaban en camino hacia él. Eran buscadores de Dios». Seguir la estrella de Belén es en realidad una tarea que dura toda la vida. La tarea de buscar el pesebre escondido en nuestra vida ordinaria puede resultar a veces fatigosa, porque supone no detenerse en estancias que parecen más cómodas, en las que sin embargo no está Jesús. Así que la meta vale todos los esfuerzos: «Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra» (Mt 2,10-11). Ese día, la vida de estos hombres sabios cambió para siempre. Porque, a fin de cuentas, «todo depende de que en nuestra vida haya o no adoración. Siempre que adoramos, ocurre algo en nosotros y en torno a nosotros. Las cosas se enderezan de nuevo. Entramos en la verdad. La mirada se torna aguda. Muchas cosas que nos abrumaban, desaparecen».

La sonrisa de la Virgen María

La sonrisa de la María. PALABRAS DE BENEDICTO XVI. El salmista, vislumbrando de lejos este vínculo maternal que une a la Madre de Cristo con el pueblo creyente, profetiza a propósito de la Virgen María que “los más ricos del pueblo buscan tu sonrisa” (Sal 44,13). De este modo, movidos por la Palabra inspirada de la Escritura, los cristianos han buscado siempre la sonrisa de Nuestra Señora, esa sonrisa que los artistas en la Edad Media han sabido representar y resaltar tan prodigiosamente. Este sonreír de María es para todos; pero se dirige muy especialmente a quienes sufren, para que encuentren en Ella consuelo y sosiego. Buscar la sonrisa de María no es sentimentalismo devoto o desfasado, sino más bien la expresión justa de la relación viva y profundamente humana que nos une con la que Cristo nos ha dado como Madre. Desear contemplar la sonrisa de la Virgen no es dejarse llevar por una imaginación descontrolada. La Escritura misma nos la desvela en los labios de María cuando entona el Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47). Cuando la Virgen María da gracias a Dios nos convierte en testigos. María, anticipadamente, comparte con nosotros, sus futuros hijos, la alegría que vive su corazón, para que se convierta también en la nuestra. Cada vez que se recita el Magnificat nos hace testigos de su sonrisa. Aquí, en Lourdes, durante la aparición del miércoles, 3 de marzo de 1858, Bernadette contempla de un modo totalmente particular esa sonrisa de María. Ésa fue la primera respuesta que la Hermosa Señora dio a la joven vidente que quería saber su identidad. Antes de presentarse a ella algunos días más tarde como “la Inmaculada Concepción”, María le dio a conocer primero su sonrisa, como si fuera la puerta de entrada más adecuada para la revelación de su misterio. En la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona a quienes están enfermos. Esta sonrisa, reflejo verdadero de la ternura de Dios, es fuente de esperanza inquebrantable. Sabemos que, por desgracia, el sufrimiento padecido rompe los equilibrios mejor asentados de una vida, socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando incluso a veces a desesperar del sentido y el valor de la vida. Es un combate que el hombre no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la gracia 2 divina. Cuando la palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es necesaria una presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los parientes o de aquellos a quienes nos unen lazos de amistad, sino también la proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo que Cristo y su Santísima Madre, la Inmaculada? Ellos son, más que nadie, capaces de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el sufrimiento. La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo “no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros” (cf. Hb 4,15). Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María! En la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la gracia de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios quiera. Qué acertada fue la intuición de esa hermosa figura espiritual francesa, Dom Jean-Baptiste Chautard, quien en El alma de todo apostolado, proponía al cristiano fervoroso encontrarse frecuentemente con la Virgen María “con la mirada”. Sí, buscar la sonrisa de la Virgen María no es un infantilismo piadoso, es la aspiración, dice el salmo 44, de los que son “los más ricos del pueblo” (44,13). “Los más ricos” se entiende en el orden de la fe, los que tienen mayor madurez espiritual y saben reconocer precisamente su debilidad y su pobreza ante Dios. En una manifestación tan simple de ternura como la sonrisa, nos damos cuenta de que nuestra única riqueza es el amor que Dios nos regala y que pasa por el corazón de la que ha llegado a ser nuestra Madre. Buscar esa sonrisa es ante todo acoger la gratuidad del amor; es también saber provocar esa sonrisa con nuestros esfuerzos por vivir según la Palabra de su Hijo amado, del mismo modo que un niño trata de hacer brotar la sonrisa de su madre haciendo lo que le gusta. Y sabemos lo que agrada a María por las palabras que dirigió a los sirvientes de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). La sonrisa de María es una fuente de agua viva. “El que cree en mí -dice Jesús- de sus entrañas manarán torrentes de agua viva” (Jn 7,38). María es la que ha creído, y, de su seno, han brotado ríos de agua viva para irrigar la historia de la humanidad. La fuente que María indicó a Bernadette aquí, en Lourdes, es un humilde signo de esta realidad espiritual. De su corazón de creyente y de Madre brota un agua viva que purifica y cura. Al sumergirse en las piscinas de Lourdes cuántos no han descubierto y experimentado la dulce maternidad de la Virgen María, juntándose a Ella par unirse más al Señor. En la secuencia litúrgica de esta memoria de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores, se honra a María con el título de Fons amoris, “Fuente de amor”. En efecto, del corazón de María brota un amor gratuito que suscita como respuesta un amor filial, llamado a acrisolarse constantemente. Como toda madre, y más que toda madre, María es la educadora del amor. Por eso tantos enfermos vienen aquí, a Lourdes, a beber en la “Fuente de amor” y para

Comunión de los santos

SUFRAGIO POR LOS DIFUNTOS. Estamos en noviembre, mes que la Iglesia dedica a hacer sufragios por los difuntos. Esta es una manifestación de lo que se conoce como la comunión de los santos. Pero, ¿qué es esto? Como dice el Catecismo, la comunión de los santos es precisamente la Iglesia. Esta comunión tiene dos significados estrechamente relacionados: por un lado, la comunión en las cosas santas, la participación en los mismos bienes espirituales, y, por otro, la comunión entre las personas santas. Catecismo de la Iglesia Católica, 948. La Iglesia está formada por los discípulos del Señor. Unos peregrinan en la tierra, otros, ya difuntos, se purifican en el purgatorio, mientras otros ya contemplan a Dios porque gozan del cielo. Pero, ¿cómo se da esta unión entre los distintos miembros de la Iglesia? De una parte, siempre podemos rezar a Dios por las personas que nos acompañan en nuestro camino hacia el cielo. Esa oración de intercesión expresa también la caridad, el amor fraterno entre los cristianos. Las personas que están en el cielo no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Su solicitud fraterna ayuda mucho a nuestra debilidad. Además, su ejemplo, nos ayuda a poner la mirada en la meta, la vida eterna en comunión con Cristo. Por otro lado, la Iglesia peregrina recuerda a los difuntos y ofrece sufragios por ellos, para que se vean librados de sus pecados y puedan ir cuanto antes a la felicidad del cielo. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor. En la Santa Misa estamos en comunión con nuestros hermanos “dispersos por el mundo” (Misal Romano, Plegaria Eucarística III) y también con los glorificados en el cielo y los que se purifican para ver en ellos el rostro de Dios. Catecismo de la Iglesia Católica, 954-959, 1354, 1370-1371 “Durante la Eucaristía confiamos a los difuntos a la misericordia de Dios con un recuerdo sencillo pero lleno de significado. Rezamos para que estén con él en el paraíso, con la esperanza de que un día también nosotros nos encontremos con ellos en este misterio de amor que, si bien no comprendemos plenamente, sabemos que es verdad porque Jesús nos lo ha prometido. Este recuerdo de rogar por los difuntos está unido también al de rogar por los vivos, que junto con nosotros cada día enfrentan las dificultades de la vida. Todos, vivos y difuntos, estamos en comunión; en esa comunidad de quienes han recibido el bautismo, se han nutrido del Cuerpo de Cristo y hacen parte de la gran familia de Dios”. Papa Francisco, Audiencia 30-11-2016

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