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Hay esperanza: Jubileo 2025

«Hay esperanza para cada uno de nosotros. Pero no olviden, hermanas y hermanos, que Dios lo perdona todo, Dios perdona siempre. No lo olviden. Y esa es una manera de entender la esperanza en el Señor«. Son palabras del Papa Francisco en la Apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro con la que quedó inaugurado el Jubileo Ordinario de 2025, el pasado día 24 de diciembre. A continuación recogemos sus palabras. Un ángel del Señor, envuelto de luz, alumbró la noche y dio el anuncio gozoso a los pastores: «Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11). Entre el asombro de los pobres y el canto de los ángeles, el cielo se abrió sobre la tierra; Dios se hizo uno de nosotros para hacernos como Él, descendió entre nosotros para elevarnos y llevarnos al abrazo del Padre. Esta, hermanas y hermanos, es nuestra esperanza. Dios es el Emanuel, el “Dios con nosotros”. El infinitamente grande se hizo pequeño; la luz divina brilló entre las tinieblas del mundo, la gloria del cielo se asomó a la tierra. ¿Cómo? En la pequeñez de un Niño. Y si Dios viene, aun cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve nuestra vida para siempre. La esperanza no defrauda. Hermanas y hermanos, con la apertura de la Puerta Santa damos inicio a un nuevo Jubileo. Cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia. En esta noche, la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo; en esta noche, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros. Pero no se olviden, hermanas y hermanos, que Dios perdona todo, Dios perdona siempre. No se olviden de esto, que es un modo de entender la esperanza en el Señor. Para acoger este regalo, estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los pastores de Belén. El Evangelio dice que ellos, habiendo recibido el anuncio del ángel, «fueron rápidamente» (Lc 2,16). Esta es la señal para recuperar la esperanza perdida: renovarla dentro de nosotros, sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo rápidamente. ¡Y hay tantas desolaciones en nuestro tiempo! Pensemos a las guerras, a los niños ametrallados, a las bombas sobre las escuelas y sobre los hospitales. Disponerse rápidamente, sin aminorar el paso, dejándose atraer por la buena noticia. Sin tardar, vayamos a ver al Señor que ha nacido por nosotros, con el corazón ligero y despierto, dispuesto al encuentro, para ser capaces de llevar la esperanza a las situaciones de nuestra vida.  Y esta es nuestra tarea, traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime.  Esta esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza; nos pide —diría san Agustín— que nos indignemos por las cosas que no están bien y que tengamos la valentía de cambiarlas; nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia. Aprendamos del ejemplo de los pastores, la esperanza que nace en esta noche no tolera la indolencia del sedentario ni la pereza de quien se acomoda en su propio bienestar —y muchos de nosotros, tenemos el peligro de acomodarnos en nuestro propio bienestar—; la esperanza no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo; es incompatible con la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la piel de los más pobres.  Al contrario, la esperanza cristiana, mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad, y no sólo, también a través de y nuestra compasión. Y aquí tal vez nos hará bien interrogarnos sobre nuestra compasión: ¿tengo compasión?, ¿sé padecer-con? Pensémoslo. Viendo cómo a menudo nos acomodamos a este mundo, adaptándonos a su mentalidad, un buen sacerdote escritor rezaba en la santa Navidad de esta manera: “Señor, te pido algún tormento, alguna inquietud, algún remordimiento. En Navidad quisiera encontrarme insatisfecho. Contento, pero también insatisfecho. Contento por lo que haces Tú, insatisfecho por mi falta de respuestas. Quítanos, por favor, nuestras falsas seguridades, y coloca dentro de nuestro ‘pesebre’, siempre demasiado lleno, un puñado de espinas. Pon en nuestra alma el deseo de algo más” (cf. A. Pronzato, La novena de Navidad). El deseo de algo más. No quedarnos quietos. No olvidemos que el agua estancada es la que primero se corrompe. La esperanza cristiana es precisamente ese “algo más” que nos impulsa a movernos “rápidamente”. A nosotros, discípulos del Señor, se nos pide, en efecto, que hallemos en Él nuestra mayor esperanza, para luego llevarla sin tardanza, como peregrinos de luz en las tinieblas del mundo. Hermanas y hermanos, este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza. Este nos invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que este llegue a ser realmente un tiempo jubilar. Que llegue a serlo para nuestra madre tierra, desfigurada por la lógica del beneficio; que llegue a serlo para los países más pobres, abrumados

Dilexit nos

El pasado jueves día 24 de octubre el Papa Francisco ha publicado la que es la cuarta encíclica de su pontificado, «Dilexit nos», dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. El Papa Francisco invita a renovar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, recordando el amor de Cristo como esencial para la vida cristiana. Con motivo de los 350 años de las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque, el Papa profundiza en la relación personal con Dios frente a una religiosidad superficial y un consumismo insaciable que afecta al corazón humano. El texto explora cómo, a través del amor de Cristo, las personas pueden fortalecer lazos fraternos y cuidar de la «casa común». En el primer capítulo, critica el materialismo que ha marginado la espiritualidad, mientras que el segundo capítulo examina las enseñanzas de Cristo, llenas de compasión. El tercer capítulo revisa la historia de esta devoción, resaltando su componente humano y divino. La encíclica cita muchos santos que han compartido los frutos espirituales de la devoción al Corazón de Jesús. Además de la citada santa Margarita María Alacoque, por el texto desfilan también Teresa de Lisieux, Ignacio de Loyola, Faustina Kowalska, Claudio de la Colombiere, Francisco de Sales, John Henry Newman, Carlos de Foucauld, Pablo VI y Juan Pablo II. Además, subraya la importancia de la Compañía de Jesús en la expansión de esta devoción. El Papa Francisco propone esta devoción como una síntesis del Evangelio, donde el amor profundo al Corazón de Cristo guía la vida cristiana y la misión de la Iglesia. Puede descargarse para Android y para iOS

El Papa convoca una Jornada de oración por la paz.

“En esta dramática hora de nuestra historia, mientras los vientos de guerra y la violencia continúan devastando pueblos enteros y naciones”, el Papa Francisco ha revelado en la Misa de apertura de la Asamblea sinodal de octubre, que el domingo pedirá a la Virgen María de modo especial por la paz, rezando el Rosario en Santa María la Mayor “y dirigiré a la Virgen un pedido”, que no ha especificado.  Además, ha convocado una Jornada de oración y ayuno el 7 de octubre.

La virtud de la templanza.

AUDIENCIA DEL MIÉRCOLES 17 DE ABRIL. Resumen de esta audiencia, siguiendo con las virtudes cardinales. La templanza, como dice la palabra italiana, es la virtud de la justa medida. En cada situación, se porta con sabiduría, porque las personas que actúan movidas por el ímpetu o la exuberancia son, en última instancia, poco fiables. Las personas sin templanza son siempre poco fiables. En un mundo en el que tanta gente se jacta de decir lo que piensa, la persona templada prefiere, en cambio, pensar lo que dice. ¿Entienden la diferencia? No digo lo que se me ocurre, así sin más; no: pienso lo que tengo que decir. Asimismo, quien practica la templanza no hace promesas vacías, sino que asume compromisos en la medida en que puede cumplirlos. La persona templada sabe pesar y dosificar bien las palabras. Piensa en lo que dice. No permite que un momento de ira arruine relaciones y amistades que luego sólo pueden reconstruirse con gran esfuerzo. Especialmente en la vida familiar, donde las inhibiciones son menores, todos corremos el riesgo de no mantener bajo control las tensiones, las irritaciones, la ira. Hay un momento para hablar y otro para callar, pero ambos requieren la justa medida. Y esto se aplica a muchas cosas, como por ejemplo el estar con otros y el estar solos. Aunque la persona templada sabe controlar su irascibilidad, esto no significa que se la vea perennemente con un rostro pacífico y sonriente. De hecho, a veces es necesario indignarse, pero siempre de la manera correcta. Estas son las palabras: la justa medida, la manera correcta. Una palabra de reproche a veces es más saludable que un silencio agrio y rencoroso. La persona templada sabe que no hay nada más incómodo que corregir a otro, pero también sabe que es necesario: de lo contrario se estaría dando rienda suelta al mal. En ciertos casos, la persona templada consigue mantener unidos los extremos: afirma principios absolutos, reivindica valores innegociables, pero también sabe comprender a las personas y mostrar empatía por ellas. Muestra empatía. Texto completo.

Dignitas infinita

En el 75 aniversario de laDeclaración Universal de los Derechos humanos. La declaración DIGNITAS INFINITA recién publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe recoge los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, que arraiga en el valor inconmensurable del hombre. Su intención no es elaborar un catálogo de todas las formas en que este se ve herido, sino arrojar luz sobre algunos fenómenos que, por motivos culturales o sociales, pueden pasar desapercibidos, a pesar de contradecir la dignidad humana. El texto responde a la invitación del Papa Francisco, que sugirió en Fratelli tutti prestar atención a las lesiones de la dignidad humana. Pero ¿por qué esa expresión, “dignidad infinita”? A algún comentador le ha parecido exagerada y ha señalado que, desde un prisma teológico, esa es la que pertenece propiamente a Dios. Ahora bien, el empleo del adjetivo no es casual: proviene de san Juan Pablo II, y Francisco lo ha hecho suyo para resaltar la importancia intrínseca del ser humano “más allá de toda circunstancia”, posición o cualidad, y recordar que su dignidad no depende de “la arbitrariedad individual o el reconocimiento social”. Más información: Aceprensa

Redescubrir la confesión

REDESCUBRIR LA CONFESIÓN. Algunas ideas comentadas recientemente por el Papa, sobe el Sacramento de la reconciliación (Fuente: Omnes). “No renunciemos al perdón de Dios, al sacramento de la Reconciliación”. Recurrir a la confesión “no es una práctica de devoción, sino el fundamento de la existencia cristiana”. Tampoco es “poder decir bien nuestros pecados”, sino “reconocernos pecadores” y abandonarnos “en los brazos de Jesús crucificado para ser liberados”: obtener “la resurrección del corazón”. Cristo quiere a sus hijos “libres, ligeros por dentro, felices y en camino” en lugar de “aparcados en los caminos de la vida”. En la vida de fe no hay “jubilación”, sino un continuo dar pasos hacia adelante que deben estar orientados hacia el bien. Pero, “¿cuántas veces nos cansamos de caminar y perdemos el sentido de seguir adelante”? Aquí, entonces, el camino cuaresmal viene al rescate, como una oportunidad para “renovarnos” y volver “a la condición del renacimiento bautismal” gracias al perdón divino. El Papa Francisco vuelve a reiterar que Dios siempre perdona y nunca se cansa de hacerlo; más bien somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón. Enfatiza tres puntos: el arrepentimiento ante Dios —esa conciencia de los propios pecados que impulsa a reflexionar sobre el mal cometido y a convertirse—; la confianza —como reconocimiento de la infinita bondad de Dios y de la necesidad de anteponer en la vida el amor a Él—; y, la intención —la voluntad de no recaer más en el pecado cometido—.

Octavario por la unidad de los cristianos

Del 18 al 25 de enero se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Con el lema «Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo», pasaje bíblico que tomado del Evangelio de Lucas (10,27), la Iglesia se prepara para celebrar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año se desarrollará del 18 al 25 de enero de 2024 en el hemisferio norte y en el hemisferio sur, donde enero es normalmente un período festivo, las iglesias suelen celebrar la Semana de Oración cerca de Pentecostés. Se pueden consultar los textos publicados por el Dicasterio para la Unidad de los Cristianos.

Es la confianza

«C’est la confiance» es la nueva Exhortación Apostólica  del Papa Francisco, dedicada a la confianza en el amor misericordioso de Dios, con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz-del Carmelo de Lisieux- reconociendo el tesoro espiritual de su “caminito espiritual”: «Es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer». Aquí se puede descargar.

Las riquezas de la Iglesia

Una de las riquezas de la Iglesia de los últimos tiempos son los escritos que nos ha dejado el Papa Benedicto XVI (q.e.p.d.). Es por ello que vamos a hacer esta entrega de sus encíclicas en dos formatos digitales pdf y epub, para que quien lo desee lo pueda descargar. Todo un tesoro que nos puede ayudar a avanzar en las tres virtudes sobrenaturales: fe, esperanza y caridad. Formato pdf | Formato epub

Del Papa Francisco

Vigilar para custodiar nuestro corazón y entender qué sucede dentro. Se trata de la disposición del alma de los cristianos que esperan la venida final del Señor; pero se puede entender también como la actitud ordinaria que hay que tener en la conducta de vida, de forma que nuestras buenas decisiones, realizadas a veces después de un arduo discernimiento, puedan proseguir de forma perseverante y coherente y dar fruto. Si falta la vigilancia, es muy fuerte, como decíamos, el riesgo de que se pierda todo. No se trata de un peligro de tipo psicológico, sino de tipo espiritual, una verdadera insidia del espíritu malo. Este, de hecho, espera precisamente el momento en el que estamos demasiado seguros de nosotros mismos, ahí está el peligro: “Estoy seguro de mí mismo, he ganado, ahora estoy bien…” este es el momento que el espíritu malo espera, cuando todo va bien, cuando las cosas van “como la seda” y tenemos, como se dice, “el viento en popa”. De hecho, en la pequeña parábola evangélica que hemos escuchado, se dice que el espíritu impuro, cuando vuelve a la casa de la que había salido, «la encuentra desocupada, barrida y en orden» (Mt 12,44). Todo está bien, todo está en orden, pero ¿el dueño de la casa dónde está? No está. No hay nadie que la vigile y que la custodie. Este es el problema. El dueño de la casa no está, ha salido, se ha distraído; o está en casa, pero dormido, y por tanto es como si no estuviera. No está vigilante, no está atento, porque está demasiado seguro de sí y ha perdido la humildad de custodiar el propio corazón. Debemos custodiar siempre nuestra casa, nuestro corazón y no estar distraídos… porque aquí está el problema, como decía la parábola. Fuente: Vatican.va

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